sábado, 5 de octubre de 2013

Por qué, en algunas ocasiones, debemos desconfiar de los muy confiados.


La razón parece jugar un papel limitado en la vida cotidiana de la mayoría de nosotros. Incluso de las personas más razonables. Cuando tenemos que optar entre pensar rápido o pensar despacio, la primera opción parece seducir más a nuestra mente. Así que no somos tan buenos como pensamos usando la racionalidad.

Esto tiene consecuencias en muchos ámbitos de nuestras vidas. Imaginemos que un grupo de individuos se enfrenta a una situación difícil o problemática. Tiene que tomar una decisión ante un dilema. Los individuos escuchan a aquellos que tienen algo que decir sobre este dilema. Y, la pregunta es: ¿hacemos caso a las personas con los mejores datos, a aquellas que poseen el conocimiento más sistemático? Bueno, esto sería la conducta más racional. Pero, temo que la respuesta es que no; en la mayoría de los casos no seguimos a aquellos que tienen el mejor conocimiento sobre un problema, sino a los más confiados.

Un estudio reciente reseñado en el Wall Street Journal parece indicar que los grupos de individuos tienen dificultades para diferenciar entre los individuos confiados, con mucha labia y los que verdaderamente poseen un conocimiento relevante. Los investigadores consideran que los grupos de individuos recurren a atajos para identificar a los expertos dentro de sus grupos. Por ejemplo, el grado de confianza de la persona que habla, su nivel de extroversión o su estatus social nos sirven de identificadores, por lo general equivocados, de experticia. Tendemos a identificar confianza con conocimiento. Pero, en realidad, la correlación es más bien baja.

Los grupos que hacen un buen uso del conocimiento experto tienden a tener una mejor actuación que aquellos que recurren a un conocimiento equivocado. Así que equivocarse en la elección de quienes son los "expertos" puede tener consecuencias perniciosas para la vida de un grupo. Pero me temo que los verdaderos expertos se muestran, por lo general, prudentes. Son conscientes de la complejidad de cualquier asunto del mundo real. Así que vigilan la excesiva confianza. Pero ahora sabemos que su riesgo es no lograr convencer a nadie. Lo vemos todos los días en la televisión.

De igual forma que la mente está mejor preparada para el pensamiento rápido e inconsciente que para el pensamiento lento, analítico, racional, los grupos humanos enfrentamos retos más relevantes que dilucidar el mejor conocimiento empírico. El liderazgo, el estatus, la aceptación social, la influencia sobre los demás nos gustan mucho más que la verdad. En definitiva, desconfía cuando ante algún problema grupal, alguien resulte demasiado convincente.