sábado, 24 de marzo de 2018

Entornos poco fiables

Tengo nuevo estudio favorito. Seguro que recuerdan el ya clásico experimento de la golosina (marshmallow test). Unos investigadores ofrecen a niños de seis años la posibilidad de obtener dos golosinas si esperan 15 minutos sin comerse una golosina. Esos 15 minutos resultan una eternidad para la mayoría de niños, que se acababan comiendo la golosina prohibida. Pero algunos son capaces de resistir la tentación. Los niños difieren en su capacidad de aguante (minutos sin comer la golosina), es decir, de autocontrol. Y este autocontrol expresado en el test de la golosina, sabemos por estudios posteriores, está asociado positivamente a numerosos indicadores de resultado en la vida adulta tales como rendimiento académico, menor abuso de sustancias, autoconfianza o mejores habilidades interpersonales. 

Pues bien, el estudio Rational snacking: young children's decision-making on the marshmallow task is moderated by beliefs about environmental reliability (2013), de la investigadora Celeste Kidd y colaboradores, da una vuelta de tuerca al estudio de las golosinas. Los niños de seis años difieren en su capacidad de autocontrol. De acuerdo. Pero, ¿qué influencia tiene el entorno en la capacidad de autocontrol de los niños? 



Los investigadores decidieron aplicar el test de la golosina a una muestra de niños. Pero esta vez, antes de aplicar el test, modificaron las condiciones del entorno, afectando a las expectativas de los niños. Veamos cómo. Todos los niños fueron acompañados a una sala de dibujo antes de realizar el test. En la condición poco fiable, el investigador pidió a los niños que esperaran antes de dibujar, argumentando que les traería un juego de pinturas nuevo. Pasados unos minutos, el investigador volvió con las manos vacías y explicó que se habían acabado las pinturas nuevas. En la condición fiable, el investigador pidió a los niños que esperaran, pues volvería con pinturas nuevas. Pasados unos minutos, el investigador volvió con una caja de pinturas nueva. Los niños pudieron pintar con ellas. Ambas condiciones fueron repetidas con ciertas variaciones en una ocasión más.

Después de dibujar los niños procedieron al test de la golosina. El resultado fue que los niños sometidos a la condición fiable esperaron una media de 10 minutos más (en un periodo de 0 a 15 minutos) que los niños en la condición no fiable. Una diferencia muy importante. En el grupo no fiable, sólo el 7% de los niños esperó sin comerse la golosina para recibir las dos golosinas adicionales. En el grupo fiable, el 60% de los niños fue capaz de aplazar la gratificación instantánea de comerse la golosina y esperar para conseguir dos golosinas adicionales. Una respuesta conductual tremendamente diferente. 


Dentro de ambos grupos, por supuesto, los niños difirieron en su capacidad de aguante. Unos niños consiguieron aguantar y otros no. El auto-control previo del niño siguió siendo importante en su capacidad de espera. Pero las expectativas de los niños sobre el entorno tuvieron un papel tan importante o más que el auto-control. Los niños en la condición no fiable adquirieron, de su experiencia con el entorno, la expectativa de que aplazar la gratificación no produce resultados favorables. En alguna medida, sucumbir a la tentación era la opción racional de acuerdo con su experiencia. Algunos niños en la condición fiable fueron incapaces de resistir la tentación, pero la mayoría en este grupo pospuso la gratificación inmediata gracias a una expectativa favorable.

Los resultados de un único estudio resultan insuficientes para asegurar la existencia de un vínculo causal entre expectativas y conducta. Pero los datos de Kidd y colaboradores refuerzan la consistencia de otros estudios. Y su manera de transmitirlos es parsimoniosa e inspiradora. 

Las implicaciones son relevantes. Ciertas conductas censurables que observamos en nuestra sociedad son el resultado de una baja confianza, de una expectativa negativa sobre el entorno, propiciadas por un entorno no fiable, y no de una propiedad inmutable de nuestra sociedad. Si mi jefe o mi compañera, mi maestro, mi vecina, mi compañía de teléfono o mis responsables políticos me han defraudado, ¿por qué intentar ejercer mi autocontrol? Una conducta aparentemente irrelevante, como no mantener una promesa, puede tener un impacto significativo sobre los miembros de nuestra red social, multiplicando exponencialmente sus efectos. 

domingo, 11 de marzo de 2018

Tres ideas fundamentales en Behave, de Robert Sapolsky

Quería hacer una recensión más sesuda. Pero la estructura de Behave: The Biology of Humans at Our Best and Worst*, de Robert Sapolsky, me ha desanimado. Sapolsky, famoso profesor de neurobiología en Stanford, primatólogo y escritor, y célebre por sus estudios sobre los babuinos y el estrés, así como por libros como ¿Por Qué Las Cebras No Tienen úlcera?, despliega en Behave un conjunto de hallazgos relacionados sobre la agresividad, la conducta competitiva y la prosocialidad en los seres humanos. El objetivo de Sapolsky es explicar la biología de la conducta social humana, profundizando en los factores más inmediatos o cercanos a la conducta, como el funcionamiento de los neurotrasmisores o las hormonas, y su relación con factores distales como la crianza infantil o la cultura. 

El libro ha apasionado a lectores de todo el mundo. El recorrido por distintos estudios sobre la conducta humana es apabullante. 


Aunque no comparto la fascinación de muchos de los lectores por Behave, me han parecido relevantes tres ideas tratadas en el primer capítulo del libro. Son tres puntos clave que Sapolsky considera necesarios precisar antes de explorar la biología de la violencia y la agresión, la cooperación y el altruismo:

La primera idea es que no es posible comprender la agresión, la competición, la cooperación y la empatía sin la biología. En la agresión y, en especial, en la conducta agresiva reactiva e instantánea, intervienen procesos biológicos diversos relacionados con el funcionamiento del cerebro humano, las hormonas y los genes. No puedes comprender profundamente la conducta social humana sin tener en cuenta estos procesos (no necesariamente son la causa principal de esta conducta, pero siempre están implicados). Aunque Sapolsky no lo afirma, lo mismo podría decirse de los procesos psicológicos y sociales. 

La segunda idea es que, aunque los procesos biológicos siempre están presentes en cualquier forma de conducta, no puedes confiar sólo en la biología para comprender la conducta humana. El determinismo ambiental, psicológico o social, suele acusar a la investigación en genética o en biología de la conducta de ser determinista. Y viceversa. Y es que todas las disciplinas contienen un punto determinista: identifican y analizan factores causales en su nivel de análisis. La cuestión es que los determinismos, entendidos así, no son excluyentes. Dada la naturaleza sociobiológica evolucionada del ser humano, para comprender de manera profunda la conducta social humana debemos recurrir al conocimiento de los procesos biopsicosociales implicados. Para hacer buena sociología o biología, podemos limitarnos al estudio de los factores sociales o biológicos. Pero para comprender de verdad la conducta social humana, no. 



En tercer lugar, y aquí viene lo más interesante, en realidad no tiene sentido distinguir entre procesos biológicos, psicológicos y sociales, porque todos ellos están entrelazados. Nuestra mente y nuestras disciplinas funcionan creando categorías. Pero la realidad no entiende de categorías. Por poner un ejemplo sencillo: la pobreza extrema (factor social) resulta en peores resultados académicos en los niños, en parte, porque empeora la función cerebral (factor biológico) a través de un mayor estrés y desatención parental (factor psicológico y psico-social) y la malnutrición (factor biológico). En ciertas sociedades, el vínculo pobreza-resultados académicos podría ser atenuado a través de políticas sociales determinadas (factor social), etc. Como especie sociobiológica con una mente y una cultura complejas, la biología siempre actúa de mediador en cualquier forma de conducta social humana. Y el contexto social y la cultura siempre actúan de amplificador o atenuador de una conducta, así como de contexto de la conducta. Lo mismo ocurre con los procesos psicológicos. Por lo tanto, cuando invocas una explicación, sea esta biológica, psicológica o sociológica, en realidad estás invocando todas las demás.

Coincido con Sapolsky en que es problemático cuando los científicos o pensadores creen que el comportamiento humano se puede explicar enteramente desde una única perspectiva. Gran parte de la ciencia social ha cometido esta falacia, así como determinadas formas de ingeniería social. Como afirma Sapolsky, comprender el funcionamiento de la conducta social humana implica reconocer la diversidad de factores relacionados de modo complejo, desde la química del cerebro a las hormonas, las pistas sensoriales, el entorno prenatal, las experiencias tempranas, los genes, la evolución biológica y cultural o las presiones ambientales. Y esto es complicado.


* Existe edición española bajo el título de "Compórtate", publicada por Capitán Swing.